El aumento de la población urbana, los crecientes episodios de contaminación atmosférica o la necesidad de prestar servicios sociales de mayor calidad sin ajustar presupuestos o subir impuestos son solo tres de las motivaciones que se esconden tras el interés por las smart cities: ciudades inteligentes en las que la tecnología sirve de sustento a una nueva forma de entender la planificación del territorio, la movilidad o la gestión del día a día en la localidad.

La apuesta por las smart cities es tal que la firma de análisis IDC cifra en 80.000 millones de dólares el gasto en esta materia a escala mundial. La tendencia es claramente alcista: en 2021, la inversión en ciudades inteligentes podría superar los 135.000 millones de dólares. De todo este montante, la mayor parte de la inversión se la llevan el transporte conectado y la movilidad sostenible, seguido de la iluminación exterior inteligente y la monitorización medioambiental.

Alrededor del 15% de todo el gasto en smart cities se concentra en cinco de las megaurbes del mundo (Singapur, Tokio, Nueva York, Londres y Shanghai), pero podemos encontrar ejemplos de ciudades inteligentes en todos los países y regiones; también en España. En ese sentido, el estudio IESE Cities in Motion (ICIM) coloca a Madrid como la smart city más destacada de nuestro país y la 28º del planeta, seguida de Barcelona (35ª en el mundo). En el ‘top 100’ global también se cuelan otros municipios patrios como Málaga, Valencia, Sevilla, Bilbao o A Coruña.

Pero, ¿qué es lo que caracteriza a una smart city? ¿Cuáles son las tecnologías llamadas a crear un mayor impacto en nuestras vidas diarias? ¿En qué segmentos veremos un despegue de más calado?

Movilidad

La movilidad es una de las áreas de mayor interés a explorar con las smart cities. Atascos, proliferación de vehículos particulares, dificultades para aparcar, ineficiencia del transporte público o la gestión del tráfico de emergencias o de reparto de mercancías en la ciudad son sólo algunos de los puntos clave que prometen resolverse con la llegada de distintas tecnologías como el coche autónomo, los drones, el Internet de las Cosas o el Big Data.

Por ejemplo, ya son varias las urbes -entre ellas, Madrid- que monitorizan el tráfico rodado que circula por sus principales arterias (mediante sensores conectados en la propia carretera o en las cámaras de vigilancia) para, algoritmo mediante, predecir los atascos que se puedan producir y tomar medidas para evitarlos. Hasta media hora de anticipación prometen algunos de los principales proveedores de esta clase de soluciones, como Kapsch TrafficCom, quien ya trabaja en estas lides con localidades como la propia capital, Barcelona, Bilbao, Vitoria, Zamora, Castellón, A Coruña, Oviedo, León o Ciudad Real.

En ese ambicioso objetivo por reducir el colapso de tráfico en nuestras ciudades (y su inmediato efecto sobre la calidad del aire) entran en juego otras dos grandes tendencias en la movilidad de nuestros días: el coche compartido y el coche autónomo. El primero de ellos ya es una opción popular en ciudades como Madrid (a través de servicios como Car2Go, Zity o Emov) y permite reducir de cuatro a uno el número de vehículos necesarios para realizar la misma cantidad de trayectos. Además, estos automóviles son eléctricos, con lo que ni contaminan ni están sujetos a las restricciones de circulación o aparcamiento en períodos de alta contaminación atmosférica.

En cuanto al coche autónomo, mucho se está trabajando para que se convierta en una realidad lo antes posible. Gracias a esta modalidad, podremos democratizar el acceso al transporte particular a personas que actualmente lo tienen limitado (como niños, ancianos o en caso de discapacidades graves), además de optimizar el flujo de circulación de modo que los errores humanos no provoquen más caos en la vía (ni accidentes, dicho sea de paso). Aunque los principales actores de la industria -como Waymo o Uber- siguen con sus tests, ya hay voces expertas que hablan de 2026 como el año en que estos vehículos sin conductor serán una realidad en nuestras carreteras. En concreto, un análisis de Juniper Research cifra en 50 millones el número de coches autónomos que estarán circulando con total normalidad ese año.

Siguiendo con los dispositivos autónomos, también toca mirar al cielo. No en vano, muchas de las propuestas para aliviar el tráfico rodado pasa por llevar algunos de estos procesos al cielo, ya sea con vehículos para pasajeros o, de forma más inmediata, con drones de reparto. En esta última área están ya trabajando los principales operadores del sector, así como gigantes de la talla de Google o Amazon; si bien quedan por superar numerosos desafíos en cuanto a la seguridad de estas aeronaves no tripuladas, su regulación y la integración con el resto de componentes de la ciudad (especialmente en zonas cercanas a infraestructuras críticas o aeropuertos).

Finalmente, no podemos olvidar la enorme relación entre el concepto de smart city y la gestión de rutas, especialmente en el ámbito logístico y de emergencias. Por ejemplo, un grupo de investigadores de la Universidad Politécnica de Valencia y su homóloga de Granada han ideado una red definida por software (SDN) que articula las distintas redes de sensores (redes IoT) y controla elementos de tráfico como semáforos o paneles informativos para acelerar el tiempo de respuesta de ambulancias o policía. En la misma línea, Bing Maps acaba de anunciar un nuevo modelo algorítmico de ruta que reordena automáticamente las paradas del vehículo (hasta un total de 25) en función de la distancia real de la carretera y no de la que figura simplemente sobre el papel -el enfoque lineal tradicional-.

Seguridad

Se estima que casi una cuarta parte del gasto mundial de smart cities en 2018 irá dedicada a la vigilancia visual fija, el transporte público avanzado y la iluminación inteligente al aire libre. Es en la primera de esas áreas en las que más avanzados vemos tecnologías como la sensorización/Internet de las Cosas (cámaras de seguridad, sensores de presencia en zonas de acceso restringido,etc.) o el análisis inteligente de esos datos (como el reconocimiento facial). Para muestra un botón: la estación Sur de autobuses de Madrid cuenta desde hace varios años con un sistema que automáticamente identifica a todos los que acceden al edificio y permite detectar de forma automática posibles criminales buscados por la Policía.

Open Data

El Open Data -publicación y reutilización de la información que generan las AAPP en su actividad- es quizás el primer caso de uso en el que las smart cities han demostrado su utilidad. Algunas ciudades españolas, como Santander, hicieron de este concepto una de sus principales banderas, permitiendo a empresas privadas y desarrolladores particulares acceder a información útil de la localidad, desde datos financieros del ayuntamiento hasta las métricas en tiempo real del transporte urbano o de los servicios de limpieza.

De hecho, España ocupa ya la undécima posición (de un total de 115) en el último ránking de Open Data esbozado por la World Wide Web Foundation. Según la ONTSI, las empresas que reutilizan información pública mueven anualmente un volumen de negocio de más de 750 millones de euros en España, cifra que asciende hasta los 1.550-1.750 millones si se añade la información procedente de fuentes privadas; generando alrededor de 5.200 empleos en nuestro país.

Energía y servicios básicos

Y si la movilidad o la seguridad son esenciales en cualquier estrategia de ciudad inteligente que se precie, también lo es la gestión misma de los servicios básicos de un municipio. A saber: energía, agua y tratamiento de residuos.

Por ello, muchas smart cities han comenzado a desarrollarse en torno a políticas de ahorro energético gracias al Internet de las Cosas (incorporando sensores conectados para encender o apagar la iluminación en función no sólo de la hora del día o las condiciones lumínicas, sino también de si hay alguien paseando por la calle o no). En otros casos, se ha optado por integrar las smart grids -redes de distribución eléctrica inteligentes- de modos que los operadores puedan balancear mejor la carga, fomentar la producción de fuente renovables de forma distribuida y mejorar el mantenimiento y la fiabilidad del sistema.

En el caso del agua, más de lo mismo. Un proyecto europeo SW4EU (Smart Water For European Union) está implementando soluciones para controlar la calidad de agua en tiempo real, lograr la detección y localización temprana de fugas, optimizar el consumo energético asociado a la distribución y mejorar la interacción con los consumidores. La iniciativa, comandada en España por Acciona y extremeña Homeria Open Solutions ya se está probando en varias ciudades de todo el Viejo Continente, incluyendo Burgos. En la localidad castellana se han desplegado para ello nada menos que 1.502 contadores conectados mediante GPRS, WIMAX y fibra que son consultados 24 veces a la semana.


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