A muchos les parecerá un concepto extraño, pero lo cierto es que las bicis eléctricas llevan dando vueltas por el mundo desde que sus primeras patentes fueran registradas en los años 1890 en EE.UU. y otros países europeos. Consisten simplemente en bicicletas con motor eléctrico incorporado, pero su popularidad en algunos países es considerable, como, por ejemplo, 120 millones de ejemplares en circulación en China, casi dos millones en Holanda y unas 400.000 en Alemania.
El invento cuenta, sin embargo, con muchas ventajas. La primera de ellas es la posibilidad de recurrir al motor a modo de apoyo en cuestas o situaciones duras en las que estemos cansados. Las bicis eléctricas pueden ser de dos tipos dependiendo del papel que juegue el motor. Por un lado, podemos emplear el motor de apoyo al pedaleo, activando una opción que calcula la potencia de nuestro impulso y aplica sólo la cantidad de energía justa para ayudarnos a superar los obstáculos con el esfuerzo que decidamos. Por el otro, existe la posibilidad de apoyarnos exclusivamente en el motor eléctrico y de emplear la bici como si de una motocicleta silenciosa se tratara. Aunque la velocidad máxima de los modelos más corrientes suele estar entre los 25 y los 32 km/h, existen algunas bicis capaces de alcanzar los 45 km/h.
Además, su bajo impacto sobre el medio ambiente, gracias a su eficiencia energética, las convierte en un modo de transporte perfecto para cualquier ciudad y aquellos concienciados con la importancia de frenar el cambio climático. Para mayor comodidad, existen multitud de modelos, varios de ellos plegables para guardar en un rincón de la oficina una vez hemos llegado al trabajo.
Y si no tenemos una bici eléctrica, pero nos gustaría que la nuestra contara con un poquito más de potencia extra, siempre podemos hacernos con la Copenhagen Wheel, un invento salido nada más y nada menos que del MIT, dirigido a electrificar cualquier bici convencional con el simple añadido de un disco a la rueda trasera.
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