Del 30 de noviembre al 11 de diciembre a finales de este año París será el lugar que concentre la atención mundial cuando se celebre la XXI Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático. Se encuentra dentro del marco de los trabajos de las Naciones Unidas y las Partes del Protocolo de Kyoto con varios objetivos, pero principalmente analizar una vez más los datos sobre el calentamiento global y reducir las emisiones de los gases de efecto invernadero que afectan a nuestro planeta.
A diferencia de lo que ha sucedido en otras conferencias similares, las Naciones Unidas intentarán que los diversos países se comprometan a llevar a cabo acciones concretas como parte de las negociaciones. La reducción de emisión de gases debería ayudar, por ejemplo, a que no se supere un aumento de más de 2 grados Celsius en la temperatura del planeta respecto a los niveles que había en la era pre-industrial.
Francia será no solo el país anfitrión, si no también el país facilitador y negociador para hacer confluir los intereses y compromisos de todos los países presentes. Cada país vive una situación distinta y sus aportaciones pueden ser muy variadas debido a ello. Una cuestión típica es que muchos países en desarrollo consideran injusto que no se les permita utilizar combustibles fósiles baratos para mejorar su economía cuando las grandes superpotencias han contaminado el planeta durante años para conseguir ese objetivo.
El marco elegido para la conferencia son los recintos e instalaciones de Paris-Le Bourget, donde los organizadores esperan poder habilitar espacios para la participación de la sociedad civil, de modo que puedan estar también presentes empresas, organizaciones, ONGs… Una de las ideas es que haya una especie de «poblado ciudadano» al que el público pueda acceder sin autorización especial, a diferencia de las áreas de negociación que se mantendrán por separado.
Otra de las cuestiones logísticas que los organizadores franceses intentarán resolver será el impacto medioambiental de la conferencia en sí misma, para que consuma los mínimos recursos naturales posibles – incluyendo los transportes en coche, tren o avión de los participantes.
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