El año pasado Carlos (no es un personaje ficticio) decidió pasar las vacaciones de verano recorriendo con su familia la Bretaña francesa. Esperó al fin de semana y el sábado por la mañana se sentó ante el ordenador. Primera misión: decidir las localidades y parajes que no podían perderse. Comenzó su consulta en Minube, una red social de viajeros empedernidos donde encontrar información, consejos y recomendaciones de primera mano. Contactó con cinco usuarios que habían realizado un recorrido en coche como el que pretendía hacer.

Con eso, ya tenía una idea bastante clara sobre dónde parar y qué visitar. Sin embargo, pensó que podía contrastar y completar lo conseguido en otros foros de turistas ‘sociales’, así que entró en Tripbirds y losviajeros.com. ¿Un lugar para hacer senderismo? ¿Un bonito recorrido en barco por la costa? ¿Qué atracciones hay para niños en esa zona? ¿Es verdad que sale bastante más barato llenar el depósito del coche en las gasolineras de los supermercados?

Mientras iba leyendo y chateando, Carlos tomaba notas en su iPad, con indicaciones precisas y comentarios sobre un mapa de la región. Tres horas después el itinerario estaba hecho. Siguiente paso: alojamientos. Su objetivo era localizar habitaciones cuádruples y asequibles, con parking y wifi público, cercanas al centro de las localidades. Visitó los foros de Tripadvisor, Tripit y Touristeye. Los comentarios y las valoraciones de otros usuarios como él hicieron que se decidiera por cuatro, en distintos puntos del recorrido. Entró en las páginas web de los establecimientos, reservó y pagó online las estancias.

Carlos es un gourmet aficionado, así que no renuncia al turismo gastronómico. ¿Los mejores mejillones y ostras? ¿Un buen vino de la región? Yelp y Foursquare le ayudaron en esa búsqueda, y también en la localización de terrazas para un buen café de media tarde y de bares con música en directo.

Con todo planeado, unas semanas después comenzó su viaje, aferrado al smartphone y al iPad como guías indispensables y fuentes de consulta cuando improvisaba un recorrido, un almuerzo o una visita. Y tras cada experiencia, después de una estancia en un hotel o una cena en un restaurante, entraba en los mismos foros y redes sociales que había utilizado para dejar sus propios comentarios y valoraciones.

Esa forma de ‘sociabilizar’ los viajes, compartiendo con otros información y opinión, es lo que el sector conoce como social travel, un fenómeno nacido de las redes y que supone una transformación colosal en la estrategia de la industria turística. La reputación y el dinero se juegan ahora en esos foros, porque los viajeros no atienden ya a campañas publicitarias y juegos ‘marketinianos’, sino a las recomendaciones de otros usuarios que aportan algo mucho más valioso: sus experiencias.

Un ejemplo ilustrativo: Yelp, quizá el más popular buscador de restaurantes y locales de ocio, con más de 60 millones de usuarios. La Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard estima que por cada estrella –ganada a partir de las votaciones de clientes– que un establecimiento consigue en Yelp, sus ingresos se incrementan un 9%.

Tripl, una start-up que se ha convertido en otra potente y masiva comunidad de viajeros, analiza en esta infografía el impacto del social travel. Extraigamos de ella un par de datos: de las compañías de turismo consultadas, un 69% señaló que había crecido significativamente su tráfico de clientes que llegaba a través de Facebook, y un 46% apreció el mismo efecto desde Twitter. Una cifra más: el buscador Tripadvisor ya acumula 50 millones de comentarios sobre 495.000 hoteles.

Las opiniones favorables valen mucho dinero en la Red y los agentes económicos del sector lo saben muy bien. Y eso solo puede ir en beneficio de un mejor servicio, es decir, que redundará en la mejora de la calidad de todo el sector.

Imagen: Mr. T in DC en Flickr.com


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