Los sistemas de bicicletas compartidas van extendiéndose poco a poco por muchas ciudades del mundo. Ahora, la idea, ha llegado hasta Nueva York, donde bajo el nombre de Citi Bike circulan ya más de 10.000 bicicletas con unas 600 estaciones en las que aparcarlas.
Cerca de nosotros, este concepto que se originó, a nivel masivo, en los años 70 en ciudades como Ámsterdam y Copenhague es especialmente popular en ciudades como Barcelona (Bicing), Sevilla (Sevici), Valencia (Valenbisi) y Zaragoza (Bizi), con al menos mil bicicletas de vivos colores en cada ciudad; 6.000 en el caso de la Ciudad Condal.
La idea de las bicicletas compartidas es relativamente sencilla, aunque según cada operador funciona de una forma particular. En principio, los ciudadanos pueden recoger las bicicletas en las diversas «estaciones» o aparcamientos previstos al efecto por toda la ciudad, para usarlas únicamente durante el tiempo necesario para llegar a su destino. Las estaciones requieren de una tarjeta personal especial para desbloquear las bicis y están gestionadas por un complejo sistema que conoce su ubicación de las bicis, los datos del usuario, etcétera. Cuando terminan y aparcan la bici en otra estación, se vuelve a realizar una validación informática y queda lista para que la pueda recoger el siguiente usuario.
Hay ciudades en el mundo en el que este servicio es de pago, en otras más bien de copago. En algunos casos, los ayuntamientos participan en alguna de las fases de financiación del proyecto o, incluso, en su operación; una fórmula curiosa es financiarlo con parte de la recaudación de los parquímetros. Resulta poético al menos que los que usan turismos «financien» en parte a los ciclistas ocasionales. Entre las ventajas de estos sistemas de bicicletas compartidas para las ciudades que puede destacar que: se pone un granito de arena para resolver el problema del tráfico, se ayuda a disminuir la contaminación medioambiental –dando una imagen de «ciudad verde y amable»– y, sobre todo, se ayuda a concienciar entre los ciudadanos que otros medios de transporte son factibles.
En la parte de los «contras», nos encontramos que el sistema no es demasiado barato ni de montar ni de mantener (en Barcelona se ha calculado que supone unos 15 millones de euros anuales para unos 100.000 abonados) y que los planes de desarrollo a medio plazo pueden verse influidos negativamente por otros planteamientos de transporte urbano que surjan. En ciudades como Terrasa, Vic y Granollers hubo que cancelarlos porque su bajo uso no compensaba su coste.
Parece que la idea suena atractiva pero no todo es de color de rosa en este tipo de iniciativas: aunque se generan nuevos puestos de trabajo (unos 170 en Nueva York), las pequeñas empresas de alquiler de bicis se quejan de que sus ventas y alquileres se ven mermados. En muchas ciudades, la planificación es insuficiente: la gente acaba usando las bicis para «bajar de las zonas altas a las zonas bajas» y muchas estaciones quedan vacías por la mañana temprano mientras otras se saturan, por lo que un camión con operarios ha de reorganizarlas manualmente. A veces, las estaciones sufren de problemas de software y, por supuesto, está el mayor problema de todos: el vandalismo. Aunque su diseño es especialmente anti-vandálico, se ha calculado que una de estas bicicletas, que tal vez pueda estar valorada en unos 100 o 200 euros, llega a requerir unos 2.000 euros al año en mantenimiento.
En cualquier caso, es interesante que, como tendencia, cada vez sean más las ciudades que ofrecen una alternativa limpia y saludable a los medios de transporte privados y a los que resultan contaminantes. Quizá las iniciativas para compartir bicis estén todavía poco maduras pero… por en algún momento hay que empezar.
{Foto: CitiBike finds a place in the New York streetscape (CC) Mike Licht @ Flickr}
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