Hoy en día en las ciudades inteligentes se puede acceder a información sobre la meteorología, el estado del tráfico y, naturalmente, a la concentración de las partículas contaminantes en el aire .

Los ayuntamientos, organizaciones gubernamentales y empresas que realizan está medición de partículas utilizan diversos métodos para llevar a cabo la tarea: algunas lo hacen para conocer los valores de las partículas que producen alergias, otras las que son dañinas para la salud de las personas. Además de disponer de una red de puntos repartidos por la ciudad, esta medición también se hace en ocasiones con unidades móviles. ¿Cómo funcionan exactamente esos aparatos y cómo contabilizan las partículas que son dañinas para nuestra salud?

Los aparatos de medición de partículas monitorizan concretamente el número de partículas PM-2,5 y PM-10 que flotan en el aire. Son invisibles, pero están ahí. Los números de esas denominaciones se refieren a su tamaño: las de menos de 10 µm o «gruesas» y las de menos de 2,5 µm o «finas». Según el tamaño son más o menos nocivas (las peores son las PM-2,5); contando cuántas de ellas hay y expresando ese valor en microgramos por metro cúbico de aire se puede comparar con las recomendaciones sobre la salud. Por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud sugiere para ciudades como Madrid que el valor de PM2,5 esté por debajo de los 25 µg/m³.

Contar partículas no es tarea fácil, y hay varios métodos para ello. Uno de ellos es atraparlas con un filtro a lo largo de todo un día y llevarlas a un laboratorio. Este método es bastante preciso, pero también muy caro y lento. Otras formas son dispositivos como los etalómetros o los monitores de especiación química de aerosoles (ACSM) que aunque funcionan en tiempo real tienen la desventaja de que también son muy caros, del orden de decenas de miles de euros.

La alternativa son los microsensores, una versión simplificada de esos medidores que funcionan mediante los mismos principios pero son mucho más baratos. Básicamente utilizan un ventilador que hace mover un pequeño flujo de aire por un minúsculo tubo. Con un rayo láser y una lente se iluminan las partículas que están atravesando el tubo. Entonces un fotodiodo permite realizar el recuento (concentración), aprovechando la luz que se refleja en las partículas. Aunque los microsensores no son tan precisos como los métodos de laboratorio, funcionan razonablemente bien con las partículas PM-2,5 (que son precisamente las que interesa monitorizar) y tienen una gran ventaja: el precio, del orden de menos de unos pocos cientos de euros.

Los microsensores se montan en una placa de modo que todo el aparato medidor es pequeño y portátil, por ejemplo el Pollutrack que utilizan SEUR y DPDgroup. Su sensibilidad está alrededor de los 2 ó 3 µg/m³ con un margen de error del 25%; teniendo en cuenta que las mediciones se repiten cada minuto, es suficiente para ver claramente las tendencias y promediar los valores. Quienes los usan dicen que el principal escollo es que al ser tan pequeños tienden a ensuciarse, lo cual puede distorsionar un poco los resultados, pero basta con limpiarlos y recalibrarlos periódicamente para que funcionen mejor.

Una vez los sensores están listos, hay que organizar la red de monitorización en la ciudad. En el caso de SEUR y DPDgroup esto incluye tanto los hubs urbanos como la red de puntos Pickup y los vehículos de reparto. Esa información se actualiza cada 5 minutos, se transmite a un servidor en la nube y se puede consultar desde una app (AirDiag) o la web.

Disponer de esa información permite llevar a cabo ciertas acciones cuando es necesario: elegir si salir a hacer ejercicio o no, cambiar una ruta o elegir qué zona de la ciudad visitar según sus condiciones. Todo ello gracias a la ciencia y tecnología que pone en nuestras manos información útil sobre al aire que nos rodea.


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