El mundo entero se ha unido en la lucha más importante de nuestros tiempos: combatir el cambio climático. Así es como la innovación va a convertir en sostenibles nuestras ciudades, el campo, la energía o la movilidad.

Han pasado ya más de dos años desde que 195 países firmaran el Acuerdo sobre el Clima en París, quizás el pacto más ambicioso hasta la fecha para luchar contra el calentamiento global y sus nefastas consecuencias para nuestro planeta, como la desertización extrema, las sequías o la crecida del nivel del mar. Esta alianza internacional, firmada -entre otros- por los principales países europeos e incluso por EEUU (hasta la llegada de Donald Trump), tenía en su mente un objetivo muy claro, a la vez que ambicioso: limitar a 2ºC el aumento de la temperatura media de la Tierra.

Una meta titánica que requería de una aproximación holística al problema del cambio climático, desde la propia concienciación ciudadana hasta medidas más concretas por parte de los gobiernos firmantes y políticas encaminadas a un cambio en el modelo productivo y energético que fuera respetuoso con las necesidades de nuestra atmósfera. Medidas que van desde una progresiva descarbonización de la producción eléctrica (aspecto en el que Reino Unido está destacando especialmente) para dar espacio a nuevas fuentes limpias y sostenibles, hasta el impulso de fórmulas de movilidad más ecológicas y eficientes, pasando por un mejor aprovechamiento de los recursos naturales que usamos en nuestras urbes y en sectores clave como la agricultura. Y todos esos caminos pasan, de un modo u otro, por aplicar tecnologías sostenibles a nuestras actuales fórmulas de actuación.

De hecho, nuestras ciudades son el gran campo de batalla en esta lucha contrarreloj para frenar el calentamiento global. Mediante técnicas de sensorización y automatización (el conocido como Internet de las Cosas), ya hay localidades de todo el mundo que están consiguiendo reducir su consumo de agua en los riegos urbanos al poder entender de forma más precisa cuándo es realmente necesario aportar agua al terreno. Pero no solo eso: las innovaciones que componen la futura Smart City también nos permitirán gestionar mejor el tráfico rodado por el centro del municipio cuando se produzcan episodios de alta contaminación o detectar y corregir los errores o ineficiencias de las redes de abastecimiento eléctrico y alcantarillado. Aspectos ambos que no sólo traerán beneficios medioambientales a los ciudadanos de la ciudad, sino también económicos: se estima que las fugas e ineficiencias de las infraestructuras de agua suponen una pérdida de 650 millones de euros sólo en nuestro país.

El segundo aspecto crucial en esta lucha por mantener vivo nuestro planeta pasa por el modelo energético. España es uno de los países de referencia en la apuesta por energías renovables, un segmento que sigue creciendo pese a las trabas regulatorias y que constituye la mejor garantía de un futuro más sostenible. Sin embargo, el proceso de cambio no se limita únicamente a cambiar las centrales de carbón por plantas solares, sino que exige una reinvención más profunda del esquema energético de cada país. Y es que, conforme avancen paradigmas como el coche eléctrico, el Internet de las Cosas o la hiperconectividad, será necesaria una cantidad nunca antes vista de electricidad y, además, se exigirá que esté mucho más distribuida que en la actualidad. Ahí es donde encontramos otras innovaciones que facilitarán esta producción deslocalizada y capaces de balancear la carga necesaria, como las Smart Grids, cuya adopción va en aumento.

Pero tampoco hemos de olvidar el importante rol que la movilidad juega en la contaminación, especialmente de nuestras ciudades. Los actuales coches, impulsados con gasolina o diésel, son una de las mayores fuentes de emisión de gases de efecto invernadero, por lo que no es de extrañar que prácticamente todos los gobiernos del planeta posean algún plan para favorecer la compra de vehículos eléctricos o híbridos. Automóviles limpios, respetuosos con el medio ambiente, que ya han conseguido asentarse en algunos países como Noruega, donde ya se venden más coches eléctricos que tradicionales.

Igualmente, y como ocurre en las urbes, en el campo también hemos de incorporar innovaciones sostenibles que reduzcan su impacto medioambiental. No olvidemos que la agricultura supone un importante foco de daño ecológico, debido a su elevado consumo de recursos (agua principalmente), la deforestación de auténticos pulmones verdes que se lleva a cabo en algunos países para obtener más parcelas de explotación (especialmente en África y Latinoamérica) o el uso de compuestos químicos altamente contaminantes para la fertilización del terreno o el control de plagas e insectos. La prohibición de estas últimas prácticas, junto a la incorporación de productos de nueva generación respetuosos con la atmósfera, así como la llegada de sistemas de Internet de las Cosas al campo, permitirán que nuestras zonas rurales también colaboren en la consecución del Acuerdo de París.


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