La Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Sociedad Española del Sueño (SES) recomiendan de siete a nueve horas de sueño diarias de buena calidad para los adultos, dependiendo de su edad. En cifras esto significa entre 7 y 9 horas de sueño para los grupos de 18 a 64 años y de 7 a 8 para los ancianos de 65 en adelante. Mucha gente reconoce en encuestas dormir ese número de horas (incluso algo más sumando las siestas), y entonces surge la pregunta: si descansan adecuadamente, ¿por qué hay tantas personas que se sienten cansadas y agotadas?

La propia OMS apunta a que la contaminación y la mala calidad del aire de las ciudades puede ser una razón: influye en factores como la fatiga y las enfermedades pulmonares que disminuyen la vitalidad y generan sensación de cansancio permanente. Dado que sabemos que el 91% de la población vive en lugares donde no se respetan las Directrices de la OMS sobre la calidad del aire, esto supone un problema generalizado, y no solo por cuestiones como el cansancio. Es sabido que existe un claro vínculo entre la contaminación urbana y el riesgo de mortalidad y no se puede obviar que el aire limpio es esencial para la buena salud de la población.

Además de los programas públicos y de empresas para monitorizar la calidad del aire en las ciudades y en los diferentes procesos industriales cotidianos (fábricas, transporte, interior de edificios) la OMS lanzó una campaña llamada Breath the Life 2030 para concienciar a la población a proteger su salud y a librar al planeta de los efectos de la contaminación. En esa web se pueden encontrar algunos informes genéricos, algunas soluciones y también acciones y recursos sobre el tema.

Algunas de las ideas son:

  • Priorizar la protección de los niños y su exposición a la contaminación.
  • Hacer compatible el crecimiento económico con la baja contaminación.
  • Saber que las acciones rápidas contra la contaminación pueden ser muy efectivas.
  • Combinar acciones locales para mejorar la calidad del aire con la lucha contra el calentamiento global.
  • Implicar a todos los sectores: sanitarios, gubernamentales y privados.
  • Entender que mejorar la calidad del aire reduce los costes sanitarios para los países.

El impacto del aire contaminado en la salud se debe principalmente a las partículas invisibles que llegan a los pulmones y a la sangre; son las famosas «partículas en suspensión» que miden los sensores y de las que se informa a veces como de la meteorología: las PM-10 de 10 µm (micrómetros) de tamaño y las PM-2,5 más «finas» y peligrosas, de 2,5 µm. También el «ozono a nivel del suelo» tiene su papel y suele aparecer mencionado, pues es causante del asma y algunas enfermedades respiratorias crónicas. Durante los meses de confinamiento debido a la pandemia de la Covid-19 tuvimos la extraña ocasión de comprobar cómo estas partículas se reducían notablemente (hasta un 40% en algunas ciudades) debido al «parón» de la sociedad, el tráfico, y también de muchas fábricas. Disfrutamos aquellos días de un aire especialmente limpio y puro, aunque luego los niveles han ido retornando a los anteriores a esa época.

Aunque la naturaleza es sabia y reduce la contaminación de forma natural mediante la función de los árboles y bosques, también hay tecnologías para hacerlo que se inspiran en estos procesos naturales, creando módulos y filtros con musgos y otros materiales naturales y artificiales para mejorar la limpieza del aire. Otras como es el uso de vehículos eléctricos permiten reducir la quema de combustibles fósiles y también ayudan.

Terminar con la contaminación atmosférica es algo por lo que no solo hay que esforzarse; hay que entenderlo como algo esencial para la buena salud, sin la cual no podremos disfrutar de muchas otras cosas. Es algo que puede unir a gobiernos del mundo con empresas y toda la población en general por un bien común.


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