Conseguir la mayor sostenibilidad posible para las ciudades supone en buena medida electrificar el transporte. En ese sector los automóviles, furgonetas y camiones –especialmente los de grandes dimensiones– son los que más emisiones de gases contaminantes producen; otro tanto sucede con las grandes flotas de autobuses y vehículos comerciales. Convertir sus motores diésel o de gasolina en motores eléctricos, o cuando menos híbridos, es uno de los pasos a los que se están viendo abocados todos los fabricantes del mundo de la automoción.

Sin embargo, los ciudadanos y las empresas tienen todavía cierta reticencia al cambio. En parte puede deberse a los precios, pero en parte también se debe a la llamada «ansiedad de la autonomía». Esta ansiedad es un efecto que produce en muchos conductores el hecho de saber que el vehículo tiene una autonomía limitada si no encuentra un lugar en donde recargarse a tiempo; que se quedará «tirado» en medio de la calle o en cualquier carretera en el peor momento. Esto es algo que raras veces sucede con los vehículos de combustibles fósiles, pues existe una tupida red de gasolineras que llega a todas partes, fruto de décadas de uso de la tecnología tradicional.

Por desgracia, todavía no existen tantos puntos de recarga eléctricos como gasolineras. Y para colmo de males –como han sufrido los pioneros de la electrificación– cuando se llega a esos puntos a veces están fuera de servicio, ocupados por otros conductores en recargas que tardan horas o tienen tarifas desproporcionadas.

Por esta razón, la Asociación Europea de Fabricantes de Automóviles (ACEA), la Federación Europea de Transporte y Medio Ambiente (T&E) y la Organización Europea de Consumidores (BEUC) han unido sus fuerza al respecto. Han escrito una carta pidiendo a los comisarios de clima, transporte, industria y energía de la UE una ley de infraestructuras y electrificación que se ponga como objetivo que existan un millón de puntos de recarga públicos en Europa para 2024 y 3 millones para 2029.

Esta medida permitiría tanto a los usuarios individuales como a las compañías eléctricas y los fabricantes de vehículos tomar mayor conciencia de que existirá una infraestructura de sostenibilidad para vehículos particulares y flotas de «emisiones cero» en el futuro. Una medida de este estilo impulsaría también negocios que son beneficiosos para la sociedad y el medio ambiente, como las redes de estaciones de recarga –que podrían usar coches, furgonetas, bicicletas, patinetes, etcétera– y todo un «ecosistema eléctrico» para unir a los usuarios, puntos en zonas públicas accesibles, centros comerciales y similares. Según han calculado, mejorar y ampliar esta red de recarga eléctrica en toda Europa podría suponer un millón de nuevos empleos para el continente.

Los tres grupos que proponen estas medidas apuntan también a que ha de crearse como infraestructura general a nivel Europeo, pues de poco serviría de cara a la electrificación global que unos países tengan muchas estaciones de recarga y otros pocas (y por tanto no completen esa transición de los combustibles fósiles a las soluciones eléctricas a tiempo). Es algo, dicen, que debería estandarizar aspectos como conocer de antemano las tarifas de los KW/h de forma clara y transparente, por ejemplo. En definitiva, se trata de que recargar un coche eléctrico sea tan fácil como hoy en día es llenar un depósito de gasolina.

{Foto (CC) Jannis Lucas @ Unsplash; (CC) Alvy}


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