Cuando se arranca una nueva empresa con pocos medios y mucha ilusión la gente lo hace por todo tipo de motivos. Hay quien lo busca como una forma de huir de las grandes corporaciones, quien lo hace por el propio reto de crear algo desde cero o quien se ve en cierto modo obligado a utilizar esa fórmula porque no encuentra otra de hacer que sus ideas encajen con otros proyectos. Luego están quienes se unen a una startup, cuyas motivaciones pueden también ser muy variadas: desde confiar ciegamente en una idea novedosa a la comodidad personal de trabajar con libertad o al no menos clásico «es que no hay otra cosa».

Justin Kan –un emprendedor que ha montado casi una decena de startups, algunas exitosas y muchas no tanto– dio una pequeña conferencia titulada precisamente por qué alguien debería unirse a una startup (o no), que condensa su experiencia y sobre la que se pueden añadir algunos otros aspectos. La charla (que puede verse también en vídeo en YouTube) estaba en el marco de las siempre interesantes conferencias de Y Combinator, la incubadora de startups. Básicamente puede resumirse muy brevemente en tres consejos «a favor» y tres «en contra»:

No conviene unirse a una startup…

  • Si no te gustan los proyectos con malos gestores
  • Si lo único que buscas es hacerte rico
  • Si buscas estabilidad

En cambio, una startup es ideal para quienes

  • Pretenden acceder a trabajos para los que se requiere una mayor cualificación
  • A la larga están pensando en montar su propia startup
  • Quieren aprender más rápido todo tipo de cosas

La lista no es exhaustiva –y parte de la propia experiencia de Kan– pero es bastante razonable. En las startups los gestores suelen ser malos al principio porque son los propios creadores de las ideas, normalmente personas especializadas en inventar algo: ingenieros, técnicos o especialistas en diversas áreas del saber. Solo cuando la empresa ha crecido cuenta con mejores gestores: gente capaz de hacer planes de negocio razonables, llevar correctamente las cuentas, los recursos humanos o los planes de producto. (Hay quienes incluso prefieren mantener la startup en un tamaño pequeño, contratar una gestoría y ahorrarse todos esos dolores de cabeza mientras entre más dinero del que se gasta: el tradicional caso de muchos autónomos y algunas pymes.)

Sabemos que por su propia definición tan solo una de cada diez startups «acaban bien», así que incluso aunque ese triunfo se convirtiera en grandes cantidades de dinero para sus fundadores y primeros empleados es cierto que estadísticamente es muy difícil hacerse rico con una startup. Quizá el talento propio y del resto de socios pueda mejorar las probabilidades, pero siempre hay factores externos (competencia, mercado) que acaban dificultando las cosas. La combinación de esto con lo anterior hace que las startups mundo tenga que «hacer un poco de todo», que mirar a la cuenta del banco produzca vértigo o que haya que abandonar la idea inicial para «pivotar» hacia otras similares por necesidades del guión.

A todo lo anterior yo añadiría que una startup tampoco es un lugar para quien no sepa trabajar en equipo dado que se suele trabajar en grupos muy pequeños en los que es impensable «pasar desapercibido» o ser un tanto asocial – algo que en una empresa mediana o grande quizá podría pasarse por alto. Del mismo modo, tampoco recomendaría meterse en una startup a alguien que no tenga un «plan B» para su vida laboral, en el sentido de tener las necesidades mínimas cubiertas si por cualquier razón todo sale mal (que suele ser lo normal).

Kan también acierta cuando menciona las ventajas, especialmente las relativas a que una startup fuerza el aprendizaje rápido, muchas veces en áreas de las que no se tenía ni idea, y sobre todo en que son una excelente salida para quienes han preferido aprender por su cuenta – en vez de estudiar una carrera. Esto es fácil de entender teniendo en cuenta que muchas de las profesiones de hoy en día (desde especialista en efectos especiales de cine a jugador profesional de videojuegos, por no hablar de youtubers o instagrammers) simplemente no existían hace unos años y por tanto era imposible prepararse para ellas con una «educación formal» como tal; lo más parecido eran variantes como arte y diseño, ciencias de la información, fotografía o publicidad. Si bien hay que tener una base de conocimientos y una cultura general, hay muchas formas de obtener estos conocimientos, y cuando llega el momento de la especialización a veces meter la cabeza en una startup es la mejor escuela.

Me extrañó también que Kan no mencionara otra razón que para mi puede ser también decisiva: montar una startup es algo que conviene probar a hacer al menos una vez en la vida. Sea en el ámbito tecnológico o en cualquier otro, tener el valor y las ganas de montar un proyecto desde cero es algo que completa mucho a la persona, que la hace crecer y entender mejor su entorno y el «cómo funcionan las cosas». Es cierto que es un lujo que no todo el mundo se puede permitir, pero creo que incluso merece la pena algún pequeño sacrificio por poder hacerlo. Quizá los otros caminos son más fáciles: encontrar un trabajo en una empresa consolidada, preparar unas oposiciones, continuar con el negocio familiar… pero no hay nada como montar una startup.

{Foto: Mimi Thian @ Unsplash}


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