Muchos son los proyectos que han surgido mientras sus fundadores trabajaban en otras empresas. Son los llamados proyectos colaterales, que surgen del tiempo que la gente le dedica a innovar y dejar volar su imaginación, a veces como «horas extra» sobre su horario laboral normal, a veces como «tiempo de exploración de ideas» permitido dentro de este. Estos proyectos tienen muchas ventajas: suelen ser muy motivadores, mejoran el ambiente de trabajo y, en el caso de los que se realizan en el tiempo de la propia empresa, pueden dar lugar a desarrollos importantes o nuevas líneas de negocio que hubieran pasado desapercibidas de otras formas.

Justin Jackson ponía como ejemplo en su blog proyectos exitosos como el conocido servicio de newsletters Mailchimp, en el que sus creadores trabajaron durante 6 años como «algo secundario que les dejaba un dinerillo extra» antes de dedicarse al cien por cien. Con el software de trabajo en grupo Basecamp sucedió otro tanto durante un par de años, así como con la app de gestión de tareas Todoist que «dormitó» durante cuatro. Todas tenían común que no eran el proyecto principal en el que trabajaban sus creadores, aunque acabaron requiriendo su atención completa… Y triunfaron.

Hablando con emprendedores la sensación que queda es que la principal característica que hay que cultivar al enfrascarse en este tipo de proyectos tiene un nombre propio: paciencia. Teniendo en cuenta que se desarrollan en una fracción del tiempo que requiere un proyecto a tiempo completo es normal que se muevan más lentamente, a veces demasiado. Y dado que son proyectos alternativos y «colaterales» no requieren la perfección que pueden necesitar otros; la excusa de «esto lo hago por afición», «es casi un hobby» o «no me dedico a esto de forma profesional» es perfectamente válida.

Ahora bien: ¿hasta dónde puede mantenerse un proyecto de este tipo en esas condiciones? ¿Cuándo se puede dar el salto y montar una startup en condiciones con ello? Lo primero es que mientras se trabaja en ellos conviene contar con lo que se suele llamar «un trabajo real» para poder mantenerse económicamente. Si se tiene un puesto en una empresa es mejor no abandonarlo; si el nuevo proyecto requiere mucho tiempo y se está trabajando como freelance quizá se puedan compensar ese tiempo haciendo algo de consultoría por horas, dando clases o algo parecido. Otras formas de hacerlo incluyen conseguir financiación, pedir un pequeño crédito o tirar de ahorros, pero en ese caso es clave tener claro el ritmo al que se «quema» el dinero y de cuánto tiempo se dispondrá en esas condiciones.

También se pueden establecer unos objetivos y chequearlos de vez en cuando: algo del tipo «ingresar 5.000 o 10.000 € por fundador por mes», «tener ventas por valor de 100.000 € al mes» o «contar con un fondo para los cinco próximos años». Si no se llega a esos objetivos al cabo de un tiempo razonable, ya sean uno, dos o tres años –todo depende del tamaño del proyecto– es mejor mentalizarse de que quizá se trate de un proyecto colateral para siempre. Pero ojo: esto también depende de lo que cada persona defina como «objetivo»: para algunas es cierta cantidad de dinero, para otras tener más tiempo libre o simplemente divertir y tener una vida más feliz haciendo lo que les gusta.

Cuando el proyecto está en ese punto en el que parece que las cifras acompañan y se puede abandonar el «trabajo real» para dedicarse a él también hay que tener en cuenta otros factores: ¿Puede el proyecto seguir creciendo? ¿Se pueden contratar más empleados? ¿Se puede dedicar menos tiempo en el día-a-día y que funcione más o menos igual de bien? Todas estas cuestiones son las que definirán si un proyecto nacido del tiempo libre, el entretenimiento o una «idea loca» darán para montar una nueva startup que quizá algún día se convierta en «empresa madura».

{Foto: Scout Coffee (CC) Alex Samuels @ Unsplash}


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