Ante los problemas de saturación del tráfico en las calles de muchas grandes ciudades se plantean diversas soluciones. Una –hay que reconocer que muy poco popular– ya lleva años en marcha en algunos otros países: un peaje por entrar y circular por el casco urbano. Como cualquier idea disuasoria similar esto permitiría reducir los niveles de contaminación, eliminaría atascos y mejoraría los tiempos de viaje.
Para lleva a cabo un análisis de la situación hay que tratarla como lo que técnicamente se conoce como una externalidad negativa. Es una situación en la que lo que hagan algunas personas o empresas influye en las demás. Los satélites que emiten las posiciones del GPS son una «externalidad positiva», pues cualquiera puede recibir información útil sin pagar por ello. En cambio contaminar con nuestro coche no solo es negativo para nosotros sino también una «externalidad negativa» para todos los demás, que ven cómo se ensucian sus ciudades, la atmósfera e incluso enferman.
El análisis económico de este tipo de peajes que hicieron en el blog de economía Nada es gratis trata precisamente este problema de forma matemática, con algunos ejemplos prácticos y fáciles de entender. Con la hipotética creación de un peaje por entrar al centro de la ciudad se pondría precio a un «recurso escaso» que produce una externalidad negativa; menos gente usaría el coche para circular, usando alternativas menos contaminantes y molestas y el precio de todo ello vendría dado un poco por la ley de la oferta y la demanda. La cuestión es… ¿Funcionaría?
Tenemos el ejemplo de Londres, donde desde 2003 existe la llamada Tarifa de Congestión en la zona más céntrica de la ciudad, con esta filosofía. Comenzó costando 5 libras al día y actualmente es de 11,50 libras (unos 15 euros), descuentos aparte. Agentes y coches con lectores automáticos de matrículas vigilan las matrículas y penalizan a los infractores. En otras ciudades se emplean sistemas similares: en Estocolmo hay un transpondedor en cada vehículo para pagar automáticamente al entrar en la zona centro; en Singapur, Milán u Oslo otro tanto.
En los lugares en que se ha implementado esta medida, como Londres, se observó durante los meses posteriores una notable disminución del número de coches que entraban en la zona de peaje. El tráfico mejoró un 30% y aunque los comercios de la zona dijeron haber notado la disminución en ventas del 8% por recibir a menos clientes; los comercios de fuera de esa zona, en cambio, experimentaron un aumento (pero en según caso, según el organismo de Tráfico de Londres, el impacto pudo ser de más del 0,5% tanto a favor como en contra). La medida resultó, eso sí, muy controvertida, tanto que en Edimburgo o Manchester se plantean referéndums previos a implementarla.
Algunas alternativas como la zonas de aparcamiento de pago, las limitaciones de velocidad, la circulación únicamente de coches pares/impares o la prohibición total de uso de vehículos privados (por emergencia relativa a la contaminación) tampoco son especialmente populares. En Londres se dieron casos de gente que compraba un segundo coche con matrícula alternativa par/impar que le permitiera entrar a diario en la ciudad. Y en general la medida de que solo pueda entra el que pague produce el efecto conocido como «calles con menos coches, pero todos ellos Mercedes y Ferraris» que tampoco es algo que encante a la gente: se interpreta como que «la ciudad que es de todos solo pueden disfrutarla los ricos que tienen dinero para pagar peajes carísimos». ¿Quizá hubiera que establecer que el importe dependiera del nivel de renta, como hacen en Finlandia con las multas?
Tal vez se debería tomar el ejemplo de Lyon, que ha logrado que entren en la ciudad un 20% menos de coches mediante una correcta planificación de aparcamientos disuasorios, transporte público, más de 600 km de carriles-bici y coches eléctricos de alquiler mediante car-sharing.
Pero no olvidemos también que la decisión final suele ser política. Y hay quien piensa que en el caso algunas grandes capitales europeas, como Madrid, los políticos jamás aprobarán un peaje por «entrar a la ciudad». En el blog En bici por Madrid explican que, paradójicamente aunque es una medida de sentido común es también altamente impopular. Y que hasta ahora las medidas que han llevado a cabo históricamente los gobiernos locales (de todos los signos) han sido precisamente lo contrario: populistas. Ya sean de un signo u otro, todos han financiado con dinero público infraestructuras millonarias, muchas veces infrautilizadas, para que «cualquiera pueda ir en coche gratis a cualquier parte». Incluso los grupos más cercanos al ecologismo se enfrentan a tener que ponerle una barrera económica a quienes necesitan ir a trabajar en coche, aunque este vehículo sea el principal consumidor de suelo público, energía y el que más daño hace al medio ambiente. ¿La solución? Quizá tardemos décadas en verla.
{Foto: Gran Vía (CC) David Lee @ Flickr}
Tal vez si la distribución geográfica de los puestos de trabajo fuesen mas racionales no habría que desplazar tanta gente y por lo tanto menos medios de transporte. Y el problema se atajaría de raiz. Gente que trabaja en los núcleos urbanos que viven a kilómetros de ahí y viceversa. Fomentar el negocio local reduciría el uso del transporte de mercancías y así una larga lista.