Las listas de comprobación se inventaron hace décadas para ayudar en las labores de la industria aeronáutica, principalmente para gestionar sin errores la complejidad que supone tanto volar los aparatos como realizar su correcto mantenimiento. De ahí a que se usaran en otro tipo de situaciones solo hubo un paso. No son perfectas ni pueden evitar el cien por cien de los problemas, pero son de una ayuda enorme: acostumbrarse a ellas y luego prescindir de su uso es casi imposible.

Actualmente las listas de comprobación son parte de las buenas prácticas que se pueden llevar a cabo para chequear procesos de toma de decisión, por ejemplo en proyectos tecnológicos complicados, en litigios legales en los que hay para evaluar pruebas y –especialmente– en medicina, para asegurarse que se siguen los pasos correctos, sin olvidar nada y sin errores. Dos libros clásicos sobre el tema son The Checklist Manifesto, una especie de oda a las checklists en todas sus encarnaciones (se puede aprender mucho de cómo se han aplicado en diversos campos) y The Startup Checklist, que habla de cómo los emprendedores pueden chequear metódicamente sus ideas de negocio: desde cómo convertir la idea en un modelo de negocio rentable a cómo hacer un plan de acciones o negociar con nuevos inversores.

En el blog Defmacro también publicaron una interesante lista de comprobación sobre las ideas para las startups. Son algo más de 20 apartados en forma de preguntas o datos. La idea es que habría que poder contestar prácticamente todos en unas pocas palabras, por ejemplo en los famosos 280 caracteres de un tuit (lo cual son unas 40-50 palabras). La lista se divide en las cuestiones relativas al producto, a cómo crece el negocio, a la estrategia y al significado o sentido que tiene el proyecto.

checklist-manifestoAlgunas son tan obvias como preguntar ¿quiénes son los usuarios/clientes? o ¿qué intenta resolver el producto? Si el producto se puede resumir en unas 10-12 palabras ya se tiene mucho ganado («es un teléfono móvil sin complicaciones diseñado para abuelitos»). En otras ocasiones se pide describir lo más importante en forma de tuit o título de una nota de prensa o una anotación de un blog: ¿Cuál sería el título del lanzamiento del producto? ¿Cómo explicaría un cliente que ha resuelto sus problemas gracias a él?

Otra parte importante de lista está dedicada a números o valores concretos: ¿cuál sería la métrica que marcaría la satisfacción de quienes usen el producto? (precio, tiempo ahorrado, transacciones completadas, distancia recorrida). ¿Cómo calcular el tamaño del mercado? Si no resulta en algo creíble es que está mal pensado. También hay espacio para comparar cuáles son los factores de diferenciación, qué hitos se pueden alcanzar (ya sean en cuotas de mercado, posiciones en un ranking o ingresos) y cuán creíble es que se puedan alcanzar con la estrategia planteada.

La parte más filosófica es la última, acerca del significado del proyecto: ¿qué aportaría de bueno al mundo pasados 25 años? ¿Es divertido? ¿Si lo llevara a cabo otra empresa, querrías trabajar allí? ¿Te importaría que fracasara? Aunque no lo parezca a veces esto es tan o más importante el resto de fríos datos numéricos.

La lista es un tanto escueta, pero tras examinarla queda claro que contiene casi todas las respuestas que se pueden necesitar para contestar a la prensa, a los potenciales inversores o la gente que se quiera contratar, que es uno de los objetivos: que no queden grandes vacíos sin respuesta. Leer sobre otros aspectos del trabajo y los proyectos de los emprendedores y las pymes puede ayudar a completar lo que falta.

{Foto (CC) 1DayReview on Foter.com}


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