Varios documentales estrenados este año cuentan la historia de dos empresas y varios personajes que en los últimos años tuvieron unos fracasos tan estrepitosos que se han convertido en todo un ejemplo de lo que no debe hacer jamás una startup. De hecho es difícil en ellas separar la actitud emprendedora del fraude más descarado y clamoroso. Sus responsables cruzaron todas las líneas rojas y dieron lugar a situaciones a cuál más estrambótica –casi cómicas– que, para suerte de todos, han sido ahora relatadas en forma de documentales.

Fyre: despropósito tras despropósito, con influencers estafados

La primera de las historias es la de Fyre, que empezó como un festival musical para influencers y gente pudiente y terminó como un desastre organizativo y millones de dólares tirados por la borda. Una increíble historia de lujo y charlatanería, de banalidad y desconocimiento, de desastre tras desastre, que ha quedado detalladamente plasmada en dos documentales: Fyre: The Greatest Party That Never Happened (Chris Smith, 2019) [Netflix] y Fyre Fraud (Furst y Nason, 2019)[Hulu].

Lo sucedido con Fyre es una especie de retrato de lo peor de la «generación influencer» y de cómo actúan los «vendehumos», pretendidos emprendedores que en vez de crear algo con base prefieren dedicarse a vaciar las carteras de los ricos, anunciar imposibles y malgastar el dinero en beneficio propio, cuando no apropiarse directamente de él. El protagonista de esta historia, Billy McFarland, acabó con sus huesos en la cárcel (con una sentencia de 6 años) tras admitir un fraude de unos 26 millones de dólares en este y otros tinglados con los que estaba asociado.


La mayor preocupación de McFarland parecía ser relatar su propio éxito; viendo los dos documentales es difícil saber hasta qué punto era consciente de estar «haciendo el mal» o le guiaba algún diablillo oculto por algún tipo de enfermedad mental. Lo más importante para el personaje era tener cámaras a su alrededor; gracias a eso y a toda la publicidad en medios sociales que contrató (antes de que existiera nada tangible) y a que los influencers engañados para comprar las entradas a la megafiesta grabaron todo, hay un amplio registro documental que se ha podido convertir en películas.

Es imposible no ver los documentales sin sentir cierto vértigo ante lo que se avecina: cobrar cifras millonarias a los asistentes y contratar agencias y grupos musicales sin que haya siquiera un lugar donde instalar todo, ninguna infraestructura, personal o medidas de seguridad. Es un relato de una continua «huida hacia adelante» que solo podía acabar desastrosamente mal. Sorprende que tanto agencias como asesores y proveedores se embarquen en la «aventura» sin que nadie sea capaz de dar la voz de alarma hasta que es demasiado tarde. Quizá recalca la importancia de saber aceptar puntos de vista externos en cualquier tipo de proyecto.

Theranos: de nueva aspirante a «Steve Jobs» a defraudadora tecnológica

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La historia de Theranos es la del más puro fraude tecnológico en pleno Silicon Valley, en este caso pasando por el «circuito de las startups» convencionales de forma relativamente discreta: prensa, inversores, charlas TED, redes sociales… Todo hubiera estado bien si su «invento» funcionara. Pero no era así: era un fraude, que la mayor parte de la gente se tragó sin rechistar hasta que la situación se volvió insostenible. El relato completo, con materiales originales y entrevistas de algunos protagonistas es la base del documental The Inventor: Out for Blood in Silicon Valley (Alex Gibney, 2018) [HBO].

La innovación tecnológica de Theranos era un dispositivo clínico de análisis de sangre que permitía que cualquier persona pudiera encargar una analítica en una farmacia a bajo precio. (Esto ha de situarse en el contexto estadounidense, en el que los costes médicos son altísimos y estos análisis no están cubiertos por la seguridad social, y según qué tipo a veces tampoco por los seguros privados). Supuestamente bastaría un parche o un pequeño pinchazo y una gota de sangre. La muestra se metería en una máquina –de nombre en clave Edison– y saldría el resultado al cabo de un rato.

La realidad es que la máquina no funcionaba. Era una entelequia de Elizabeth Holmes, quien con 19 años tuvo esa visión como «concepto» de la máquina. Dejó la universidad y se dedicó a conseguir financiación, montar la empresa, contratar a los técnicos y firmar contratos y acuerdos. Aunque el hecho cierto es que la máquina no funcionaba, los análisis no eran fiables y nadie daba con una forma de resolver los problemas, esto no amilanó a la empresaria: no dejaba de dar entrevistas, aparecer en conferencias y acumular más y más influencia y financiación: desde políticos a inversores y empresarios. Nadie parecía capaz de decirle «no». Se llegó a publicar en la revista Forbes que su fortuna personal era de 4.500 millones de dólares. En la empresa trabajaban 800 personas.

Cuando el escándalo estalló tras una investigación del Wall Street Journal a raíz de algunas filtraciones se supo que las demostraciones de las máquinas estaban trucadas, que los análisis muchas veces se hacían con máquinas convencionales (no con los Edison de Theranos) y que las cifras de ingresos declaradas eran mil veces menores de las anunciadas en los informes oficiales. También se cuestionó la fiabilidad de muchos de los resultados e información trasmitida a médicos y pacientes, quienes podrían haber visto en riesgo su salud. Theranos existió entre 2003 y 2018, año en que se disolvió tras un acuerdo entre los accionistas y acreedores antes de declararse en quiebra.

 


Elizabeth Holmes gustaba de vestir siempre de negro –emulando a Steve Jobs, uno de sus ídolos– y al igual que Billy McFarland contaba con un completo equipo de cámaras para grabar un documental sobre la historia de su empresa, casi anticipándose a su propio éxito. Hay quien encuentra inquietante que en algunas situaciones su voz parece cambiar completamente de tono, y también quien se ha fijado en que apenas parpadea. No está muy claro si es una táctica de comunicación o simplemente su forma de ser, que complementaba rodeándose de gente que le daba la razón. Esto último incluía a su pareja, Ramesh Balwani, al que en un momento dado nombró director de operaciones de la empresa sin siquiera advertir a los inversores de su relación sentimental.

También se dice que la historia de Holmes y Theranos es el ejemplo perfecto del lema «Fake it until you make it» («finge hasta que lo consigas»). Esto viene a decir que si haces creer a la gente que las cosas te van bien, conseguirás engañarles –y por extensión: contactos, buena prensa, financiación– gracias a lo cual entonces te irá bien y podrás conseguir crear lo que querías en un principio. Una estrategia sin duda arriesgada que en este caso ha llevado a la fundadora de la empresa a ser denunciada por «fraude masivo» por la SEC (Comisión de Bolsa y Valores) y que le puede suponer cerca de 20 años de prisión. El juicio está todavía pendiente y se celebrará en 2020.


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