Se llama Matternet y es concepto de red de vehículos voladores autónomos, más conocido como drone. Su objetivo es llegar a donde no es fácil llegar y la forma más adecuada que han encontrado los ingenieros es… volando. Estos vuelos incluyen tanto el acceso en áreas rurales de países en desarrollo como a las azoteas de los edificios de las grandes ciudades. En otros países hay iniciativas similares incluso para repartir el correo postal.

Tal y como explicó en la conferencia Call for Innovation el futurólogo Salim Ismail, uno de los fundadores de la Singularity University, la solución puede parecer un poco anti-intuitiva: ¿es práctico llevar tecnología punta a países que no tienen siquiera carreteras y a duras penas acceso a medicinas o electricidad?

La cuestión es darle la vuelta a todo esto y pensar en todo lo que un drone puede aportar: a veces las personas de esas áreas rurales sufren enfermedades porque no hay forma de que lleguen los medicamentos. Las carreteras son inexistentes o pésimas, con tendencia a embarrarse y dejar grandes zonas incomunicadas debido al clima. En cambio enviar un drone a 10 ó 20 kilómetros con unas cajas de medicinas o kits para detectar enfermedades puede resultar relativamente sencillo, incluyendo recargarlo dado que muchos se pueden alimentar con energía solar, y cada vez hay más poblados haciendo uso de esta forma de energía para funcionar de forma autónoma.

El planteamiento de Matternet y otras propuestas similares es potente porque implica varios efectos que son bien conocidos. Primero, los drones son baratos y pueden construirse fácilmente y con componentes estándar: un aparato de este tipo cuesta unos pocos cientos de euros; dispositivos como los GPS para marcar las posiciones son baratos y al software y los mapas de precisión puede accederse libremente. Además, funcionan de forma autónoma y no necesitan un piloto ni seguimiento en tiempo real.

En segundo lugar, los drones pueden crear una red para cubrir grandes distancias. Dependiendo de los modelos actualmente pueden tener autonomía para cubrir quizá 5, 10 ó 20 kilómetros, pero nada impide crear pequeñas estaciones de recarga donde simplemente desciendan a «repostar» electricidad antes de seguir su camino nodo a nodo. En este efecto red, cada nodo que se añade multiplica el valor de la red en su conjunto.

Y en tercer lugar, su crecimiento puede ser casi exponencial: en uno o dos años costarán la mitad, recorrerán el doble de distancia y podrán transportar el doble de peso. Lo que hoy pueden ser 500 gramos en unos pocos meses puede ser un kilo, luego dos, cuatro, ocho…

En una de las pruebas que se están haciendo en Lesoto, se ha calculado que por unos 900.000 dólares puede construirse una red con 50 estaciones base, 150 drones y todo lo necesario para operarlos y mantenerlos; comparativamente con ese dinero se pueden construir tan solo dos kilómetros de carretera asfaltada de un solo carril. El coste de cada trayecto realizado por los drones sería de unos 25 centavos.

Actualización: El siguiente párrafo se escribió coincidiendo con el día de los inocentes anglosajón, April Fool’s y era parte de una broma: «Mientras tanto y pensando en pruebas en tareas más mundanas, Francia está realizando pruebas con drones voladores para repartir el correo postal. En concreto están utilizando modelos AR Drone de Parrot: actualmente están «entrenando» a los operarios de los drones para que cada día a las 7 de la mañana repartan desde 20 puestos el correo a varios cientos de voluntarios que se encuentran en un radio de 50 metros. Estos drones que utiliza Le Poste todavía no son autónomos: funcionan como un videojuego, que el cartero controla desde un teléfono móvil o tableta; lo divertido es que pueden volar por encima de las vallas y esquivar a los perros, de modo que los operarios no tendrán que preocuparse más por este tipo de «obstáculos» en sus entregas diarias.»

Otro ejemplo similar sería la DroneNet imaginada por John Robb, donde en el tejado de cada casa de una ciudad habría una especie de «aeropuerto para drones» y los envíos de pequeños objetos más mundanos, incluso como el correo postal o el periódico, podrían hacerse de forma descentralizada, enviando los drones de edificio en edificio hasta llegar a su destino. Desde luego que habría un sinfín de cuestiones de mantenimiento, posibles fallos y drones cayendo desde los cielos por averías –regulación legal aparte– pero que quizá en el futuro se pudieran solventar.


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