La economía colaborativa es algo muy propio de esta era en la que todo está conectado. La facilidad de las personas para contactar individualmente ha triunfado en muchas áreas sobre otras formas de negocio de las empresas.
Si antes había simplemente pequeños servicios entre particulares hoy en día podemos encontrar mega-proyectos con servicios tan populares como eBay o Vibbo a las redes de coches compartidos de Blablacar o Amovens, los bancos de tiempo e intercambio de conocimientos o los sistemas de crowdfunding (financiación colectiva) como Kickstarter. La línea es un poco difusa, pero en cualquier caso en sitios como ConsumoColaborativo.com se recopilan todos los servicios de este estilo que están activos en España – y también tienen un libro muy completo sobre el tema.
Una de las últimas tendencias es ir un paso más allá, algo que es fácil de entender con un ejemplo. Supongamos un servicio de alquiler de apartamentos o coches como Airbnb o Uber. Estas plataformas ponen en contacto a particulares, pero detrás de ellas siempre hay una empresa que se lleva una comisión por haber creado ese marketplace que interesa a ambas partes. ¿Qué sucedería si hiciéramos que la propia comunidad fuera la propietaria del negocio, de esas bicicletas de alquiler, de locales vecinales para trabajar en co-working o de diversas herramientas para la trabajar en el jardín o limpiar piscinas?
El nombre que reciben estas fórmulas de descentralización total es el de cooperativas digitales, aunque como siempre sucede estos términos cambian con el tiempo, hay otros alternativos más o menos similares y su definición resulta un tanto flexible.
Tal y como cuenta Antonin Léonard, el fundador de OuiShare –toda una referencia sobre el tema– la idea de estas cooperativas debería ser «crear y promover una sociedad colaborativa justa, abierta y de confianza conectando personas, organizaciones e ideas». Su organización se dedica a poner en contacto a todos los que quieren fundar estas comunidades en cualquier parte del mundo, organizar eventos, publicar guías y difundir los resultados de las experiencias que van surgiendo, funcionando (o fracasando). Es una suerte de modelo evolutivo donde las ideas de negocio más aptas y mejor ejecutadas son las que sobreviven.
En algunas de estas cooperativas los dueños son los propios usuarios en base a sus méritos. Imaginemos por ejemplo una plataforma de coches de alquiler (como Juno en Nueva York) en la que a medida que se realizan servicios los conductores –que son a su vez los propietarios de los vehículos– consiguen «puntos» que equivalen a acciones de la empresa. En reuniones periódicas podrían planificar (y votar) las nuevas ideas y hacia donde dirigir el proyecto. En Juno la idea es que la mitad las acciones sean propiedad de los conductores. En otros casos como Fairmondo, una plataforma alemana de tipo eBay, el dinero para crear la plataforma se consiguió simplemente mediante financiación colectiva de los miembros más activos de la comunidad.
Otros ejemplos de cooperativas digitales son Stocksy, una tienda de fotografías de stock donde los fotógrafos son también los propietarios de la plataforma; Timefounder, para gestionar nuevos proyectos de cualquier tipo y repartir su propiedad entre quienes más tiempo le dediquen o Peerby, donde los vecinos «a menos de 30 minutos de tu casa» pueden compartir e intercambiarse objetos (bicicletas, herramientas, gadgets), y cuya plataforma (de unos 2 millones de dólares) se financió también con las aportaciones de varios grupos de vecinos.
{Foto: Collaborative Cities (CC) OuiShare @ Flickr}
[…] El uso compartido de plataformas se refiere a los sistemas de sharing, que incluyen desde servicios de transporte más conocidos a los coches de alquiler por horas o las bicicletas, como a los intercambios de herramientas o equipamiento de trabajo especializado (desde escaleras a aspiradoras o cortacéspedes) a espacio en las plazas de aparcamiento del vecindario o incluso a las cooperativas digitales. […]
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