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Es difícil marcar un momento en el que una startup deja de serlo, pero por lo general hay una serie de «señales» que marcan el momento del salto, cuando pasa a convertirse en una empresa convencional. Es algo un poco relativo porque depende de diversos criterios y para desesperación de quienes aman la precisión no hay uno universalmente aceptado. Así que hay que revisar la literatura al respecto para ver algunas de esas señales.

El hecho de que además el término startup resulte más sexy que «empresa», «compañía» o «corporación» hace además que algunas de estas empresas prefieran seguir autodenominándose startups aunque lleven más de una década en el negocio, quienes lo fundaron ya no estén allí o el proyecto haya cambiado de dueños tres veces. Cosas de marketing.

En general se podrían considerar estas señales de que una startup sigue siendo una startup. Cuantas más de estas cuestiones cumpla, «más startup» será el proyecto en cuestión.

  • Tiene menos de dos años. Las empresas tradicionales suelen marcarse plazos para entrar en rentabilidad en tres, cinco años o más. En las startups las reglas son distintas, pero todo suele ser más rápido. De modo que 24 meses desde el día de arranque suele considerarse un periodo razonable para que una startup siga denominándose como tal. A partir de entonces es una empresa como otra cualquiera, para bien o para mal. (Esta cifra la cita Marek Fodor, un conocido emprendedor e inversor).
  • Es un proyecto que crece a un ritmo fuera de lo común. Una empresa normal tiene su ritmo de crecimiento de uno o dos dígitos (a ya sea en clientes, ingresos, beneficios…) pero una startup es capaz de «pasar de 0 a 100» en un periodo de tiempo muy corto y continuar multiplicando su tamaño, ingresos u objetivos a toda velocidad, exponencialmente a veces.
  • Las personas que la fundaron siguen en ella. Una startup suele estar asociada fuertemente a la idea inicial surgida de la mente de su fundador o fundadora. Si esa persona ya no está allí la cosa cambiará indefectiblemente y la empresa puede considerarse algo más «maduro» que una startup.
  • Todavía no ha necesitado financiación más allá de la inicial. Desde el punto de vista económico puede decirse que la startup mantiene el espíritu original mientras es capaz de ejecutar su plan con la financiación original con la que arrancó. Ya fuera a través de financiación FFF (Friends, Family and Fools, «amigos, familiares y tontos») o aportaciones de los socios fundadores, eso debe ser suficiente para la «fase startup». Después se aplican reglas y denominaciones más convencionales.
  • Todavía no es rentable. Los planes de desarrollo y crecimiento de una startup suelen ser tan rápidos que se considera secundario obtener beneficios. Por eso si la empresa ya está en beneficios puede decirse que «ha pasado de fase». (No obstante hay algunas que tienen beneficios desde el primer día y esto no es necesariamente malo; simplemente es un comportamiento más convencional.)
  • El horario de trabajo de los empleados. Por lo general se considera que trabajar en una startup requiere un sacrificio y jornadas más amplias por el bien del proyecto. Si el ritmo –al menos para la mayor parte de los empleados– baja hasta ser las 8 horas diarias convencionales es señal de que la empresa ya está en modo «normal» y está dejando de ser una startup.
  • Los fundadores pueden irse de vacaciones unos días y no se acaba el mundo. (Este curioso criterio también es de Fodor). Debido a que las startups suelen ser pequeñas y depender del trabajo original y dedicado de quienes las han fundado es difícil que el proyecto sobreviva si se alejan de él varias semanas o meses. Cuando se van por fin de vacaciones con total tranquilidad es señal de que el proyecto «ya está en otro nivel», como en las empresas convencionales.

{Foto: Office (CC) Photo by Alex Kotliarskyi @ Unsplash }


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