El sentido común y las campañas de concienciación ciudadana nos dicen que ir por la ciudad en bicicleta es más saludable y ecológico: hacemos ejercicio, quemamos grasa de nuestro cuerpo en lugar de gasolina, eliminamos los atascos de tráfico, respiramos un aire más puro y, además, es gratis o más barato. Aunque por ahora suponen todavía gestos pequeños en comparación a las grandes emisiones de las ciudades, es importante ir viendo resultados y tener en cuenta que puede llegar a ser una solución al problema de la polución en las grandes urbes.
En el caso de las bicicletas compartidas, cada vez más populares en las ciudades españolas – las últimas en sumarse han sido las famosas bicis eléctricas de Madrid – y desde hace décadas en otros países, los expertos calculan teniendo en cuenta todos los factores que afectan al uso de estos vehículos, y saben así cuánta contaminación se ahorra al medio ambiente.
Al respecto, la prestigiosa revista Scientific American publicó un resumen con algunos datos sobre ciudades norteamericanas que, aunque con bastante cautela, quizá podrían extrapolarse.
- Se desconoce, por ejemplo, cuánta gente ha cambiado su coche por las bicis compartidas de forma definitiva, pero se intuye que el número todavía debe ser bajo – en varios libros se mencionan cifras inferiores al 20 por ciento. Y como en cada ciudad las condiciones son distintas en cuanto a clima, requerimientos (casco obligatorio o no) o formas de pago (gratuitas, alquiler libre, solo para socios…) el análisis debe ser más personalizado en cada caso.
- Respecto a la parte económica, y dado que existen todas las fórmulas posibles, también entra en juego el transporte público como una posible opción para combinar en los viajes con bicicletas, (por ejemplo el tren de cercanías) para luego alquilar una bici y al llegar tomar otro hasta el punto de destino (quizá un autobús). Y hacer números sobre si se evita un «coche vendido» o no, acerca de la parte del sistema de alquiler que subsidian ayuntamientos y otras entidades tampoco es trivial.
- En cuanto a las emisiones de los gases contaminantes, el problema es que no hay un estándar preciso en el sector para medir el CO2 en todo el proceso, que supone combinar viajes en coche frente a transporte público más bicicletas alquiladas, tótems y resto de infraestructuras (conexiones a internet, servidores, desarrollo y mantenimiento de aplicaciones etc). Hay diferentes métodos para calcular esta reducción de emisiones y por ello es difícil estandarizar los resultados.
En una ciudad como Denver (con tantos habitantes como Zaragoza o Málaga capital) se ha calculado el ahorro en unas 0,5 millones de toneladas de CO2 al año; en otras 20 ciudades estadounidenses las cifras son algo más modestas, con unas 37.000 toneladas anuales (unas diez veces menos). Comparativamente, y para hacerse una idea de todo el camino que queda por recorrer, los coches de Los Ángeles emiten unos 50 millones de toneladas de CO2 al año: cien veces más de lo que ahorra la ciudad más exitosa. En otras palabras y siempre a grandes rasgos: las «iniciativas bici» equivaldrían a «tres días sin emisiones de CO2 al año» en los casos más exitosos. Todavía hay mucho que hacer en campañas de concienciación en la población.
En Barcelona Bicing también hizo un ejercicio de cálculo similar: desde que se abrió al alquiler público, el ahorro al medio ambiente ha sido de 9.000 toneladas de CO2 anuales, según los datos del Centro de Investigación en Epidemiología Ambiental. Esto es más modesto incluso que las ciudades promedio de Estados Unidos (concretamente: un 25 por ciento más o menos), pero al menos es un comienzo.
Eso sí: en un dato coincidían ambos estudios. Las bicicletas también reducen los accidentes y ayudan a salvar vidas que al abandonar los coches habrían sido probablemente víctimas de accidentes de tráfico. En Estados Unidos no ha habido ninguna víctima tras 23 millones de viajes y en Barcelona el estudio del CREAL calculó en unas 12 personas las que se salvaban cada año.
{Foto: Bicing Barcelona (CC) Ferrán @ Flickr}
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