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Ya hemos hablado por aquí hace tiempo de las bondades de la financiación colectiva y también de cuáles son algunos de sus riesgos. Ahora que durante todo este año los sitios de crowdfunding se han asentado, y cada vez más proyectos han conseguido los objetivos de financiación que se marcaban, se siguen aprendiendo lecciones al respecto.

Kickstarter ya ha pasado de los 50.000 proyectos «conseguidos» (de unos 120.000), acercándose a los 1.000 millones en financiación colectiva aportada por más de 5 millones de personas. Y para proyectos que requieren alrededor de 10.000 dólares –aunque los hay que han conseguido millones– se está demostrando como una solución casi ideal; mejor que ir al banco a por un crédito, pedir el dinero a los amigos o buscar a socios capitalistas.

Pero para quienes lanzan los proyectos, la verdadera complicación del asunto comienza a veces al día siguiente de conseguir lo que parecía más difícil. El dinero es dinero, pero cuando se trata de poner en el mercado, producir, fabricar o crear algo que puede haberse mostrado como poco más que un «concepto», la tarea no siempre es fácil.

Entre las dificultades que explican quienes han conseguido completar una financiación de este tipo se incluye, desde la necesidad de ser muy transparentes con los clientes que han respaldado la idea, manteniéndolos actualizados sobre el desarrollo del producto, a mantener el ritmo de ventas planteado inicialmente; dado que suele producirse un parón una vez se llega a la cantidad fijada como objetivo.

Cerrar los tratos con los proveedores suele ser otro de los puntos delicados: imaginemos productos «físicos» como gadgets, accesorios o libros. Una vez llegado el momento de la verdad, todo lo que sonaba bien sobre el papel ha de confirmarse: materiales y procesos de fabricación, almacenamiento, logística… ¡Cuánto mejor se haya planteado en la fase previa, mejor! Calculando, incluso, cómo podría escalar en caso de un éxito repentino que requiera suministrar más productos.

Incluso el propio equipo humano que está detrás del proyecto puede ser un factor importante: no es lo mismo que dos inventores locos creen un nuevo producto, a que alguien se encargue de la gestión financiera, de los contratos legales o de negociar con los proveedores. En ocasiones puede suceder que, incluso, haya que ponerle un nuevo «jefe» a la empresa, algo a lo que todo el mundo se resiste pero que es un signo de madurez profesional. Los inventores suelen ser mejores inventando que dirigiendo gente o rellenando el papeleo.

En el fondo, el proceso de una financiación colectiva es básicamente un acelerador de lo que de otra forma se ha venido haciendo toda la vida: permite al mismo tiempo conocer el interés real por el producto, comprobar si sus creadores son capaces de idear un prototipo, generar el interés suficiente y trazar un plan viable. Si todo va bien, se pueden conseguir miles o cientos de miles de euros en unas cuantas semanas – dependiendo de la ambición de cada uno. El crowdfunding como herramienta está al alcance de cualquiera, a diferencia de…el talento y la habilidad necesarias para tener una buena idea y ponerla en marcha.


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