Existe toda una serie de sistemas invisibles en las ciudades que hacen que el tráfico rodado «funcione». Normalmente observamos sus efectos sobre semáforos, paneles informativos y otras señales. Son los sistemas informáticos de control de tráfico, algo que muchas ciudades emplean desde hace décadas en cuanto alcanzan un tamaño respetable y que cada vez se están volviendo más importantes.
Estos sistemas suelen estar instalados en un «centro de movilidad» hasta el que llega toda la información a través de las arterias de la ciudad. Allí, 24 horas al día, operadores y equipos informáticos procesan toda la información. Como respuesta, pueden cambiar la programación de los semáforos, desviar calles o enviar agentes, ambulancias o equipos de mantenimiento a los lugares conflictivos o en los que ha habido algún tipo de incidencia.
En la gigantesca ciudad de Los Ángeles, por ejemplo, este sistema se llama ATSAC. Se inauguró coincidiendo con los Juegos Olímpicos de 1984 y desde entonces ha crecido hasta controlar unas 4.400 intersecciones callejeras. ATSAC es uno de los más grandes del mundo; en comparación el Centro de Gestión de la Movilidad de Madrid (CGM), situado en el barrio de San Blas, tan solo alcanza unas 2.600 intersecciones de toda la capital.
Las principales funciones de estos sistemas son el control de los semáforos y el análisis visual de las vías de circulación. Cada intersección suele tener un grupo de semáforos autónomo, con unos tiempos programados, pero su duración puede variarse según el volumen de circulación. Una regla básica en Madrid, por ejemplo, es que nunca se puede dejar un semáforo completamente cerrado más de 4 minutos, pero el resto del tiempo hay cierta flexibilidad. Unos sensores instalados en el pavimento de Los Ángeles hacen que los cruces pueden adaptarse fácilmente al tráfico circundante, auto-programándose sobre la marcha en tiempo real.
En caso de emergencia los operadores de los centros de control pueden detectar incidencias con miles de cámaras situadas en las intersecciones: choques, atropellos, coches averiados… En los túneles de la M-30 madrileña, por ejemplo, sistemas de visión asistida por computadora examinan cada carril y avisan con una alerta si un coche se para en el arcén o sucede algo fuera de lo normal. En todos estos casos, los agentes humanos deciden cuál es el mejor curso a seguir para que el tráfico utilice rutas alternativas.
Pero en ocasiones, incluso, esos análisis en tiempo real son insuficientes: se necesitan sistemas predictivos capaces de saber lo que sucederá al cabo de algunas horas, o al día siguiente, además de simulaciones más avanzadas que permitan estudiar qué sucedería si se cortara una calle debido a una manifestación u otro tipo de evento. Afortunadamente estos sistemas ya existen y, en el caso del ATSAC de Los Ángeles, los operadores pueden ver hasta con 60 minutos cómo evolucionará el tráfico en función de las condiciones existentes, para actuar en consecuencia.
Un siguiente paso ha sido incorporar en estos gigantescos sistemas informáticos todas las plazas de aparcamiento de superficie de la ciudad (algo que por ejemplo en Madrid ya se ha hecho) y los aparcamientos públicos, conectados también en tiempo real. Gracias a esto será posible informar a los conductores de las zonas en las que es posible y conveniente circular o si al llegar les resultará imposible salir de la «trampa» porque sencillamente no van a poder aparcar su coche. Todo ello por adelantado, con avisos a través de paneles o bien mediante comunicación directa con los vehículos a través de los teléfonos inteligentes.
{Foto: A couple of red traffic lights against a blue sky (CC) Horia Varlan @ Flickr}
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