Desde hace años, por no decir décadas, ingenieros e inventores intentan crear el mítico coche que vuela, una suerte de híbrido entre los vehículos con ruedas convencionales y los rápidos y gráciles aviones. La idea es que con un transporte de este estilo sería mucho más rápido viajar a cualquier parte y además se podría llegar prácticamente hasta la puerta del lugar de destino. Una vez terminado el viaje, de vuelta a casa y a guardar en el garaje.
Sin embargo esta tarea no es fácil. Uno de los últimos ejemplos es el Terrafugia TF-X, un diseño sobre el papel cuyos predecesores al menos existen como prototipos y han recorrido cientos de kilómetros y volado otros tantos.
Los coche-aviones de Terrafugia, que llevan viéndose desde 2006, tienen diversas características, algunas de ellas comunes. El modelo llamado Transition, por ejemplo, funciona con un motor de gasolina convencional. Su autonomía es de unos 800 kilómetros, y como puedes rellenarlo en cualquier gasolinera ciertamente podría llegar bastante lejos si fuera necesario.
Sus medidas (cuando las alas están plegadas) están dentro del máximo autorizado para coches/camiones, de modo que puede circular por cualquier carretera, incluyendo túneles. Dicen que no es muy distinto de conducir una pequeña furgoneta o un coche-caravana un poco más voluminoso que un coche convencional.
La versión más moderna de Terrafugia, el denominado Terrafugia TF-X es más avanzado: supera los 320 kilómetros por hora y el motor es híbrido (eléctrico-gasolina). La nueva versión cuenta con dos poderosas hélices que le permiten despegar en vertical, como los helicópteros –afirman que desde una plataforma de unos 10 metros de diámetro como máximo– mientras que los modelos anteriores necesitaban una pista de rodamiento.
El fabricante lo ha equipado con sistemas inteligentes de navegación para evitar colisiones con otros aviones. Un piloto automático muy avanzado (incluyendo despegues y aterrizajes) podría prácticamente realizar todo el trabajo; en su web afirman incluso que el TF-X es «estadísticamente más seguro que viajar en automóvil». No obstante, le han puesto un sistema de paracaídas de emergencia para aquellos casos en los que el piloto considere que el TF-X puede no ser capaz de aterrizar con el piloto automático.
El futurista TF-X requerirá al menos de otra década para llegar a la fase de desarrollo y construcción más allá de las mesas de trabajo. Mientras tanto las empresas como esta, dedicadas a diseños elitistas y a precios muy por encima de lo que son los vehículos convencionales –cuyos diseños pueden ser considerados algo así como «aparatos lujosos de entretenimiento»– se enfrentan a todo un dilema: cómo conseguir financiación para desarrollar sus planes si no fabrican y comercializan de forma tradicional los modelos que ya se dan por válidos.
Además se trata de aparatos muy especiales, que abren toda una serie de incógnitas al respecto: normativa de circulación, seguros de accidentes, cuestiones del aprendizaje, permisos, etcétera. Su desarrollo es un camino lleno de obstáculos, pero nadie dijo que inventar el futuro fuera fácil. Esperemos que todas estas cuestiones puedan resolverse para que podamos ver ese «futuro que imaginábamos» cuando éramos pequeños con coches circulando sobre nuestras cabezas y despegues en mitad de los atascos para liberarse de las ataduras del tráfico rodado en las grandes ciudades.
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