Muchas startups se enfrentan a un momento crítico cuando han de plasmar su visión de una idea en un diseño tangible que necesita una marca, un diseño, una web o una app. No todo el mundo «sabe de todo» y aunque diseñar haciendo garabatos con la tableta parezca relativamente fácil la realidad es que no lo es – y de hecho muchas veces es lo que marca la diferencia entre un buen proyecto y un mal proyecto. Es por eso que, si no hay un diseñador en la plantilla, generalmente merece la pena recurrir a agencias y diseñadores externos, profesionales que puedan hacer un trabajo cuando menos correcto e idealmente atractivo.

Pero trabajar con diseñadores externos o agencias no siempre es fácil: para muchos puede llevar a la desesperación por falta de un lenguaje común, entendimiento sobre algunos detalles o bien no les convencen los diseños que les presentan o hay diferencias de «gustos» o criterios. Así que conviene recordar algunas de las máximas al respecto para que todo pueda ser más fluido y la relación cliente-agencia sea mejor:

    • Dejar bien claro qué se está contratando. Un problema habitual es no haber definido bien qué se espera del área de diseño. ¿Hay que crear simplemente un logotipo o todo un manual de estilo para que colores, tipografía y las reglas de uso de la marca se utilicen en diversos diseños y materiales? ¿Sólo hay que diseñar una web, o también una app? ¿Qué decir de la papelería? ¿Y las guías generales para la publicidad? Cada uno de estos trabajos es un pequeño mundo en sí mismo y más vale que todos estén coordinados.

 

    • Preparar un buen briefing. Al explicar a los diseñadores qué se necesita no vale con decir «una app» o «una web con nuestra marca». Tienen que entender para qué servirá, quién va a usarla y qué necesidad resuelve. No es lo mismo diseñar para vender bañadores para jóvenes que bañadores deportivos. También conviene aclarar hasta qué punto del trabajo se necesita: si solamente logos, imágenes generales y guías de uso o más bien páginas finales o diseños muy específicos.

 

    • Dejar a los creativos ser creativos. Lo peor que se puede hacer con un equipo de diseño es constreñirle su creatividad. Si se ha definido bien lo que se necesita hará falta poco más («usaremos este material durante todas las navidades», «estamos buscando clientes que no hayan probado nunca nuestra tienda»). El peor error: obligarles a usar ciertos colores, ciertos tipos de letra o ciertas fotografías simplemente porque son del gusto del cliente, alguien está enamorado de las fotos de sus vacaciones o el color es el favorito del fundador de la empresa. Ese no es el camino. El cementerio de los buenos diseños está lleno de «Simplemente no me gusta», «No es mi estilo», «Esa tipografía no me convence» y similares pronunciados por clientes insatisfechos – pero que no saben nada de diseño, no tienen argumentos y ponen por encima sus gustos personales al bien del proyecto.

 

    • Escuchar los argumentos. Todo diseño será más o menos razonado: se han usado cierto tipo de fotos porque son más llamativas en vez de fotos de stock porque están muy vistas y son demasiado neutras. Se ha elegido el azul porque da sensación de serio y elegante y no se ha usado el naranja porque reproduce mal en casi cualquier medio. Se ha elegido una tipografía que reproduce bien a cualquier tamaño, especialmente en la pantalla pequeña de los móviles, en vez de esa otra que es muy «original» pero poco seria y nada práctica. Suele haber un argumento para cada caso y conviene escucharlo. A veces se puede ignorar, pero no suele ser lo recomendable. Naturalmente, también se debe argumentar si algo es necesario y los diseñadores no lo captan: «es necesario incluir ese ‘50% más barato’ porque es nuestra principal ventaja competitiva». Quizá lo expresen de otra forma (un «2 por 1») pero captarán la idea.

 

    • Simplicidad no es sinónimo de barato. En un mundo en el que todo compite por su espacio es difícil crear una página web, una app o un anuncio en la que no aparezcan decenas de detalles: la marca, los precios, los descuentos, las «estrellitas», las exclamaciones, las señales de «¡nuevo!»… Los diseñadores tenderán a simplificar, eliminando lo superfluo y lo que pueda desviar del objetivo inicial. Y que algo sea simple no quiere decir que requiera menos trabajo: a veces el trabajo es dedicar tiempo a ver qué hay que eliminar. Tampoco quiere decir que sea más barato, pero suele ser lo mejor.

 

    • Cerrar los precios por proyectos. Esto depende mucho del proyecto, pero si es posible es conveniente cerrar un precio para un proyecto concreto en vez de dejar el presupuesto abierto «por horas». Esto permite por un lado saber cuánto se va a pagar cuando todo esté terminado y evita sorpresas si se alarga el trabajo porque las cosas no están quedando como deberían. Pero para poder hacerlo así hay que haber dejado bien clara en la lista original qué se está contratando, hasta dónde es razonable revisarlo y a cada paso escuchar si algo que surge por el camino está fuera de la petición original o no.

 

El mejor trabajo con una agencia o con diseñadores freelance es aquel en el que al final todos están contentos con los resultados y orgullosos de su trabajo: es bonito, es eficiente y cumple con los objetivos. Es algo tan crítico para muchos proyectos que si se hace mal puede dar al traste con una buena idea así que hay que cuidarlo al máximo. Por suerte si se sabe transmitir lo que se necesita hay un montón de profesionales tremendamente creativos y capaces para resolver esas necesidades de la mejor forma posible.

{Foto (CC) Headway @ Unsplash}


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