La idea de financiación colectiva (crowdfunding) no es precisamente nueva, pero ha sido en los últimos años cuando ha estallado alcanzando todo tipo de ámbitos entre creadores y emprendedores. Principalmente se ha debido a la evolución de los medios de pago, a la facilidad para mostrar proyectos de una forma agradable –con el añadido del impulso de las redes sociales– y sin duda también a las soluciones logísticas externas que permiten a los creadores concentrarse en los productos y dejar que sean empresas externas las que se encarguen del almacenaje, los envíos, el control de stocks, cobros, etcétera.

La idea de estos servicios de financiación colectiva, de los que KickStarter e Indiegogo son tal vez los más conocidos (y en España, Lánzanos o Verkami) comienza cuando los emprendedores plantean una idea y un plan y los presentan ante los usuarios. Normalmente se utilizan fotografías y vídeos, imágenes de diseños conceptuales y explicaciones por un lado sencillas pero con especificaciones detalladas. Entonces se marca una cantidad económica como objetivo de la campaña, especificando las diversas aportaciones que se pueden hacer y qué se consigue con ellas. Finalmente, se elige un plazo razonable como duración de la campaña. Entonces es cuando el trabajo duro del emprendedor se hace más necesario: «mover» la idea en las redes sociales y por todos los medios posibles. Si al cabo del tiempo marcado se ha alcanzado el objetivo se pueden fabricar los productos, cobrar a los clientes y enviarlos: plan completado, proyecto terminado y negocio redondo.

Un ejemplo cualquiera podría ser Jugling, un juguete para niños diseñado y fabricado con cartón reciclado por un pequeño estudio/editorial. Calcularon que con 3.000 euros podrían fabricar 300 kits; de ese modo las aportaciones de 10 euros reciben un póster, el kit del juego completo tiene un precio de 23 euros y por 150 euros las librerías pueden conseguir 10 kits para revenderlos.

Aparte de este ejemplo hay miles de proyectos en los catálogos: libros, discos, juegos de mesa, producción de documentales y películas… Incluso proyectos que no parecen demasiado «físicos» como un cortometraje de ciencia ficción puede generar multitud de productos físicos adicionales: camisetas, pósteres, ediciones especiales en DVD, pegatinas, chapas, libros…

Y todo eso además de fabricarlo o desarrollarlo –ya sea un nuevo gadget o un libro de fotografía– hay que almacenarlo, enviarlo y hacer un seguimiento de todo el proceso. Pero, ¿qué creador quiere estar encima de cuántos paquetes quedan en el almacén? ¿Qué emprendedor puede dedicar su precioso tiempo a resolver los problemas logísticos de los envíos en vez de estar concentrándose en sus productos? Es aquí donde se hace necesaria una solución logística que pueda ayudar a estos emprendedores.

La importancia y crecimiento de estos servicios de crowdfunding, donde ya se han visto incluso proyectos millonarios, ha hecho que surjan también meta-servicios como Outgrow.me, donde se recopilan las ideas más exitosas que han triunfado en KickStarter e Indiegogo, tras conseguir la financiación y pasar a la fase de fabricación.


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