A veces utilizar los servicios de financiación colectiva (crowdfunding) puede ser problemático para los emprendedores, por no hablar del riesgo que corren los clientes / inversores / donantes si la idea no llega a buen puerto o surge algún imprevisto. Recientemente incluso el periódico The New York Times ha analizado algunos de los datos relativos a fracasos en este tipo de iniciativas, tal y como se oyeron en el festival XOXO de arte y tecnología, donde se reunieron emprendedores y creadores junto a público y consumidores.

Uno de los primeros datos para enmarcar la situación es que los 300 millones de dólares que ya han pasado por KickStarter –tal vez la plataforma más popular de crowdfunding en estos momentos– se han repartido entre unos 30.000 proyectos apoyados por unos 3 millones de personas. Los proyectos varían en tamaño y los hay que generan unos pocos dólares por donaciones o aportaciones simbólicas y cientos o miles de dólares por carísimos gadgets o productos de alta tecnología. Se ha podido descubrir, por ejemplo, que el 75 por ciento de los proyectos relacionados con las nuevas tecnologías acaban teniendo problemas para cumplir los plazos, incluyendo que a veces no llegan a lanzarse nunca.

Entre los riesgos a los que se enfrentan los emprendedores hay muchos: desde las condiciones cambiantes del mercado, que pueden hacer surgir competidores o encarecer los costes de los componentes a un fenómeno tan simple como las cambiantes modas. En ocasiones depender de productos de un tercero puede ser también un riesgo: los ingenieros y artistas que diseñan fundas, conectores y otros gadgets para los iPhone de Apple bien lo saben, por ejemplo, pues con cada nueva versión hay cambios que vuelven incompatibles los cables, adaptadores o inventos anteriores.

Otros problemas son de otra naturaleza, principalmente de compromiso: hay empresas y personas que simplemente no se planifican bien: no cumplen los plazos, cambian de idea, abandonan proyectos… por no hablar de los imponderables, como que se seque la creatividad de un autor de libros, se complique la postproducción de un documental o enferme uno de los ingenieros de un proyecto. Por todas estas razones Kickstarter ha empezado a obligar a los emprendedores a incluir un análisis de riesgos en los planes que presentan, de modo que la gente que accede a ellos pueda conocer mejor los problemas a los que se enfrentan.

Desde el punto de vista de los clientes / donantes / inversores –su papel dependerá de las condiciones en las que están participando al financiar los proyectos, que pueden ser muy variadas– el problema puede ser mayor: simplemente pueden ver desaparecer su dinero. Tal vez quien done un par de euros para intentar llevar a cabo un microproyecto en algún país remoto no sufra una gran desilusión si al final no puede realizarse. Pero quienes hayan pagado cientos de euros para comprar como pioneros un gadget futurista, atraídos por imágenes 3-D y trabajos de Photoshop, y se encuentren con que el proyecto se abandona por irrealizable probablemente lo sufrirán más en su bolsillo. Quizá por esto es por lo que Kickstarter también ha comenzado a prohibir los renderings o imágenes 3-D que simbolizan gadgets y otros «aparatos conceptuales» para que lo que se vea sea el estado real de los productos, no cualquier quimera.

¿Qué sucede en todos estos casos con el dinero? Pues depende. Hay servicios de financiación colectiva (en España lo hacen las plataformas Verkami y Lánzanos) donde los proyectos se presentan en una modalidad conocida como «Todo o nada»: o se llega a la cantidad deseada o no se cobra a los clientes. Otros emplean el «Me lo quedo todo»: pase lo que pase, el promotor de la idea recibe lo que la gente esté dispuesta a pagar. Algunos combinan ambas fórmulas, como Goteo.org con un primer tramo en «Todo o nada» que marca en cierto modo la viabilidad de la idea, seguido de otro de ampliación o mejora en el que los fondos extra pueden no tener límite y los creadores pueden usar como crean más conveniente. A todo esto las empresas intermediaras restan su comisión (hasta un 5 por ciento) o en ocasiones pueden incluso apoyarlas con dinero extra mediante fondos procedentes de ayudas públicas, sectoriales o de otro tipo de entidades.

En cualquier caso, las compañías del mundo de la financiación colectiva cada vez advierten más claramente al público sobre problemas a los que pueden enfrentarse, que generalmente son una traslación de los riesgos de los propios emprendedores: dinero que se emplee mal, plazos que no se cumplan o productos finales que no estén a la altura de lo prometido. El riesgo debe asumirlo cada persona, en su papel de cliente (si va a comprar algo), donante (si simplemente apoya la idea) o inversor (si se le han prometido parte de un proyecto, algo que los servicios más pequeños y populares raras veces ofrecen). Teniendo todo esto claro, la idea de financiación colectiva es tan buena como cualquiera otra, especialmente para los emprendedores, que tienen en estas plataformas una forma de conseguir la financiación necesaria para hacer realidad sus ideas sin necesidad de intermediarios.


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